Este es el título que engloba en sí mismo toda mi tesis doctoral, realizada entre 1974 y 1985. Todo lo que suscribo en este apartado no es – ni más ni menos – que la visión de conjunto de las 1.000 páginas, en tres tomos, que formaron la investigación de una década en los archivos balmasedanos, vizcaínos y estatales.
Los tres elementos de base que son : la Población , es decir los habitantes; la Sociedad con su manera de organizarse y convivir; mas las Actividades Económicas resultantes , se entrelazan de forma constante a lo largo de las 400 páginas que formaron – en 1991 – el resumen editado de dicha tesis.
Y ya pasemos a ver cómo fue esa vida de 4 siglos de Balmaseda, entre los años de 1500 a 1900.
El Siglo XVI ( 1500 – 1600 )
En el siglo XVI Balmaseda se muestra como una villa conformada y con personalidad propia. Villa-mercado bien abastecida, que se caracterizaba por un comercio en pleno auge, basado fundamentalmente en el almacenaje y redistribución de las mercancías que el Consulado de Burgos y los comerciantes del Norte de Castilla, en general, enviaban hacia el Puerto de Bilbao para su exportación. La creación de un nuevo Consulado en la capital del Señorío, en el año 1511, lejos de disminuir el mencionado tráfico, lo potencio aún más..
La centuria del XVI fue para Balmaseda expansiva, incluso en el aspecto demográfico. La población que, a pesar de algunas lagunas documentales, se intuye vitalista, se vio no obstante afectada por rachas endémicas de peste, que ralentizaron su crecimiento.
Con un exiguo sector primario de variada pero escasa producción, lo que se aprecia claramente a través de los diezmos, Balmaseda contaba con un factor económico tan fundamental como el comercio: la industria ferrera.
El elevado número de propietarios por molino que se constata en 1487, parece probar la evolución en los modos de vida, del primitivo banderizo hacia actividades más sedentarias y lucrativas, como pueden ser las Ferreras. Esta paulatina transformación de la sociedad supone un desplazamiento de la población hacia el valle, donde comienzan a instalarse los primeros martillos de agua, siendo el precursor Marcos de Zumalabe, en su ferrería de la Penilla, el año 1514.
Los cambios que se van sucediendo en el transcurso del s. XVI relegan a un segundo plano el dominio territorial, impulsando el poder económico y más tarde el político. De ahí que a finales de esta centuria, el grupo social que se ha convertido en el motor de la economía balmasedana, se estamentaliza y comparte su poder con un clero abundante y enriquecido.
El Siglo XVII ( 1600 – 1700 )
El siglo XVII, por el contrario, viene marcado por una crisis generalizada que se detecta con claridad a todos los niveles.
Desde el punto de vista demográfico, la epidemia de peste que asoló Balmaseda a fines del s. XVI fue de tan graves consecuencias, que los efectivos demográficos no comenzaron a dar señales de recuperación hasta el último cuarto de esta centuria. Crisis de menor envergadura ralentizaron este proceso; 1638, 1644 y 1650, son años que coinciden con crisis de ámbito estatal, o el fatídico 1669 con un 60 % de mortalidad infantil.
En el aspecto económico, las crisis y las recuperaciones se alternan cíclicamente, frenando cualquier posibilidad de desarrollo, al menos durante la primera mitad de siglo. En la segunda parte de la centuria, el crecimiento mantuvo una constante tendencia alcista aunque de escaso volumen anual.
La agricultura, que en Balmaseda había ido dejando paso a un sector secundario cada día más potente, apenas influía en la economía general, a excepción del vino-txakolí, considerado como el producto esencial de la villa, en detrimento de otros artículos.
Los antiguos banderizos que eran propietarios de casas, tierras y sobre todo de censos, detentan los cargos más importantes del consistorio y con ello el poder, limitando el avecindamiento y reglamentando toda la estructura de mercado de la villa. Controlan la aduana y en muchos casos los géneros que por ella pasan, en base a los apoderamientos de los comerciantes castellanos.
Los segundones de estas familias banderizas, afectados por el mayorazgo, eligen la milicia – caso del Almirante Urrutia -, los altos cargos de la Administración – como los Ortes de Velasco -, aparecen como mercaderes en otras plazas – como Juan de Trucíos, en Sevilla-, o eligen el camino de la emigración hacia América, conformando el prototipo del indiano, como es el caso de don Juan de la Piedra, en Panamá.
En cuanto al clero, que ha visto descender su número pero no su poder, se verá inundado con obras pías, fundaciones y capellanías varias que, sufragadas por los indianos en muchos casos, permitirán detentar cargos beneficiales amejorados a favor del estamento clerical. No hay que olvidar que buena parte de los miembros del clero pertenecen a familias principales de la villa, lo que les permite acceder a los mejores cargos eclesiásticos.
El Siglo XVIII ( 1700 – 1800 )
La estabilización de la población que se produce a lo largo del s. XVIII, hacía prever la transformación hacia un ciclo demográfico moderno. Sin embargo esa tendencia se ve abortada por un comienzo de siglo sumamente bélico, que mantuvo los bajos niveles demográficos de la centuria anterior. Sólo a partir de 1720, y al mismo tiempo que en el resto del país, se puede hablar de una recuperación de la población en Balmaseda.
Aún así, las crisis no desaparecen de forma completa, lo que sumado al elevado número de confrontaciones militares que se suceden a lo largo de esta centuria, imposibilita el despegue demográfico que ya se estaba produciendo en Europa. Balmaseda habrá de esperar un siglo, para que la confluencia de factores favorables permita la realidad de ese hecho poblacional.
En el aspecto económico, si bien la primera mitad del siglo conoce una clara recuperación, a partir de 1750 entrará la villa en una profunda crisis, esta vez definitiva, por cuanto va a coincidir con la apertura de una nueva vía de acceso a la Meseta, por Orduña, lo que provocará la desaparición del tráfico comercial.
Hasta esa segunda mitad de siglo contaba la villa con un espléndido comercio lo cual, unido a la recuperación que vivía el sector ferrero, hacía presagiar una centuria floreciente. Sin embargo, en la década de 1750-1760, estos dos pilares básicos de la economía balmasedana entrarían en crisis por dos motivos fundamentales.
En primer lugar y como causa de mayor trascendencia está la construcción de la nueva vereda Bilbao-Burgos por la Peña de Orduña, lo que supuso el eclipse del tráfico mercantil del antiguo camino Real que unía Castilla con Bilbao a través de Balmaseda. Se cumplía así la tesis de Braudel según la cual «las villas-mercado son lo que son los caminos que las alimentan, y su desaparición es una condena a muerte irreversible para ellas». De esta forma quedó Balmaseda relegada de los circuitos comerciales, lo que supuso el inicio de su decadencia.
Como segunda causa en esta situación de crisis hay que señalar la influencia negativa que sobre el sector ferrero habría de ejercer la naciente revolución industrial. A ello ha de sumarse el vertiginoso descenso sufrido por las exportaciones de hierro que, al igual que sucede con el comercio de la lana, se vieron afectadas por las medidas tomadas desde la Corte en 1763, contra el libre comercio vascongado, lo que hizo perder a éste toda posible competitividad.
La coyuntura finisecular del s. XVIII fue para Balmaseda la peor de toda su historia; su próspero mercado decae al verse apartado de los principales circuitos comerciales; sus ferrerías apenas consiguen dar salida a su producción y como colofón, desde 1793 va a sufrir los efectos de casi un siglo de constantes conflictos bélicos.
Contrariamente a lo que esta situación haría sospechar, el ámbito social mantiene plenamente su vigor. El mundo artesanal pervive en razón a sus bienes de consumo necesarios y más cuando la población se encuentra en un momento expansivo.
La «aristocracia» va a consolidar sus mayorazgos, de tal forma que, tan sólo ocho notables, detentan más del 40 %de la propiedad de la villa. En su inmensa mayoría han canalizado sus antiguos censos, así como el posible capital adquirido a través del comercio, hacia propiedades tanto rústicas como urbanas, siendo solamente tres individuos dueños de ferrerías. Minoría que, además, detenta o ha detentado el poder municipal, configurando dos clases de autoridades consistoriales: los Altos Cargos, a los que sólo ellos podían acceder; y los Regidores o Cargos Menores, al frente de los cuales encontramos básicamente a los comerciantes. Entre ambos, se va a mantener el insalvable abismo social con quienes ejercían oficios mecánicos.
El Siglo XIX ( 1800 – 1900 )
La idea tantas veces repetida de que el s. XIX fue una centuria que marcó nuestro retraso frente a Europa, se convierte en una realidad para Balmaseda, y las curvas demográficas reflejan una situación que semejará a las crisis del s. XVII. Desde el punto de vista poblacional, el s. XIX fue un siglo de muerte y desolación, siendo especialmente crítico el período comprendido entre 1793 y 1890; cinco guerras, varias epidemias y un marcado e imparable declive económico, lo confirman.
La inestabilidad se aferra a la curva de defunciones mientras el crecimiento intenta mantener una suave tendencia alcista, gracias a una natalidad sostenida. Es posible sospechar que, sin guerras, Balmaseda se hubiese incorporado a un ciclo demográfico moderno quizá ya desde 1782, y que, aún dándose epidemias, éstas hubiesen incidido de forma irrelevante en el crecimiento poblacional. No fue este el caso, y el tan deseado despegue se retrasará hasta 1855, y de manera ostensible a finales de 1890, casi un siglo más tarde que en el resto de Europa.
Hasta este momento, y favorecidas a menudo por las propias guerras, las crisis patógenas se sucederán cíclicamente: cólera (1834, 1855-1856, 1868 y 1878), viruela en 1874, …a las que se suman: tisis, fiebre y tifus; sin olvidar las enfermedades infantiles que periódicamente afectaban a este contingente poblacional.
Por otra parte, no hizo falta esperar a la Ley de 1812 para que los mayorazgos desaparecieran en Balmaseda. Bastó para ello la guerra de 1808 con Francia, y así, tras el gravísimo incendio del 10 de noviembre de 1808, algunos grandes propietarios se vieron obligados a enajenar sus bienes en subasta, aunque con escaso éxito. Los beneficiarios de esta situación son, por tanto, los arrendatarios, que pudieron acceder a la propiedad de los bienes mediante compra, o a causa del abandono por parte de sus primitivos propietarios. Aún sin estos hechos, el absentismo, crónico a partir de este momento, los convertirá en arrendadores-propietarios con total libertad de maniobra en sus nuevas pertenencias.
Toda la sociedad está en crisis y en ella se perciben ya los aires de cambio social, anunciados por dos etapas bélicas: la postguerra de 1812-1820 y la primera confrontación civil de 1835. Tras ellas se escondía la muerte y el declive industrial y comercial, agudizado por el eclipse del viejo camino real.
El ritmo mortecino de la industria ferrera sin ninguna modernización a lo largo del s. XVIII, acabó con la misma, ante el frenético empuje de la revolución industrial. El uso del carbón piedra frente al vegetal de madera, supuso sin lugar a dudas su ocaso, propiciando el que los escasos industriales que restaban en el sector reconvirtieran el mismo, en su gran mayoría hacia el sector alimentario.
En 1861 sólo quedaban tres martinetes como último vestigio de un próspero pasado; la gran crisis de 1835-1860, había terminado por desgastarlos, y la guerra carlista de 1875, hizo desaparecer los restantes.
Una industria obsoleta, la apertura del nuevo camino de Orduña y la pérdida de los circuitos comerciales vascos, elementos todos ellos coetáneos, sumen a Balmaseda en un ocaso económico del que parece no vaya a poder recuperarse.
Finales del siglo XIX
A finales de siglo, con la llegada del ferrocarril «pulmón de acero» para la villa, ésta vio renovadas sus ilusiones, su comercio e incluso su industria; de manera que la mano de obra que los talleres de La Robla empleaban, se convirtió en la base del nuevo vecindario.
Los indianos que regresaban al hogar, y la siderurgia moderna que hizo su aparición en esta centuria, habrían de cambiar paulatinamente el sombrío pasado decimonónico.
En definitiva, Balmaseda conoció sus mejores días, tanto en el s. XVI, como en la primera mitad del s. XVIII, pero sin que los apartados analizados – población, economía y sociedad – se mantuvieran, ni al mismo ritmo, ni en idénticos niveles.
La población, con una dinámica propia de un ciclo demográfico antiguo, pervivió hasta los umbrales del s. XX. Estabilizada en el s. XVIII se desarticula completamente en el s. XIX, con una constante corriente emigratoria que nunca decayó.
A falta de nobleza, los antiguos banderizos conforman la oligarquía que, detentando los cargos públicos municipales, acaban controlando la industria y el comercio, consolidando sus propiedades en el s. XVIII. Tras el hundimiento económico, ciertos matices proletarios se atisban en el s. XIX, ya que en 1863 el propio Ayuntamiento en sus actas, emplea el término «clase proletaria» refiriéndose a peones, braceros y carboneros.
Esta centuria contempló también la desarticulación económica del sector mercantil e industrial que, habiendo sido espléndidos y expansivos – ya incluso en el s. XVI -, entraron en una profunda crisis durante los siguientes siglos, y fueron condenados definitivamente con la apertura del camino de Orduña. Este hecho habría de incidir en la ruina comercial balmasedana, en conjunción con una industria obsoleta y sin futuro.
Determinar con cierta precisión el final real del Antiguo Régimen en Balmaseda, no es por tanto excesivamente complicado; este hecho que ya se atisba hacia finales del s. XVIII en los aspectos económico y demográfico, aunque todavía no en lo social, fue agudizándose paulatinamente a lo largo del s. XIX de forma desacompasada, ya que cada uno de estos tres sectores reseñados tuvo un final concreto, pero cronológicamente dispar.
De esta forma, el fin del ciclo demográfico antiguo se localiza, sin lugar a duda en torno a 1890; el económico, con la crisis industrial, en el período 1835-1850; y el social, con las guerras contra Francia y la primera carlista civil, para consolidarse entre 1860-1875, con la inminente proletarización finisecular, que habría de ser ya un proceso irreversible.